Por Néstor Luis Garrido
Una nueva imaginación enfocada en los intereses de la gente |
Una de las
tareas más difíciles que nos toca a los venezolanos para
la preservación de la paz y de la construcción de una democracia no solo formal
sino efectiva, estriba en el desmontaje del muro simbólico que se ha instaurado
en el país a partir de un discurso político basado en lo que Maeder (en su
tratado Lingua Tertii Imperii o Lengua del Tercer Reich, 1962) llamó «obsesión
estimativa y apasionada», con el que se ha roto el pacto de respeto por el adversario
que representa la democracia, para convertirla en una lucha de unos contra
otros, y no un cogobierno de unos y de otros, de una mayoría que considera
socias a todas las minorías.
El lenguaje
público construido sobre la base de nociones donde el otro queda reducido,
disminuido, descalificado o deshumanizado se aplicó en durante el nazismo a los
adversarios políticos y a los «enemigos de la Raza» con términos como untermenschen
o subhumanos. En el patio venezolano, términos como escuálidos, chaburros, lacayos,
disociados, chabestias, pitiyankees, rojitos y otros motes, por acción o
reacción se instalaron en el lenguaje público con lo que solo favorece a quien
lo promueve: por ende, la polarización ha sido utilizada políticamente para la
confrontación, no en la paz, el militarismo y totalitarismo tienen su capital
político, sobre todo en un ambiente electoral (Venezuela es el país con mayor
número de eventos electorales en los últimos 15 años). ¿Por qué? Porque detrás
del término, se incita al miedo al otro, sobre todo cuando se le añade el
elemento de la desconfianza, a partir teorías conspirativas y la creación de un
«estado de sospecha general», según lo dicho en algún momento por un activista
político gubernamental. El miedo al otro genera la necesidad de mantener el
status quo, a pesar de no estar totalmente de acuerdo con este. La obsesión estimativa y apasionada, es decir, la compulsión por etiquetar al otro a partir de absolutos (blancos o negros, buenos o malos) sin tomar en cuenta los matices, el entender que en realidad la excepción es la regla, y no al revés, nos ha puesto a los venezolanos a juzgarnos a partir de prejuicios y no sobre la base de lo que realmente somos: gente con intereses similares, con más cosas en común que elementos que la separa. En ese sentido, es un deber ciudadano desmontar ese lenguaje de odio que ha separado familias, que ha enemistado compadres, que ha puesto muros de Berlín en los pasillos de nuestros edificios, lo que nos ha puesto en una guerra de baja intensidad en el que se «elimina» simbólicamente (mediante el ostracismo, la inquina, el desconocimiento, el chiste, el chisme, la delación, entre otros elementos monstruosos) al que no piensa o no concuerda ciento por ciento con la posición que nosotros tenemos, lo que no representa el espíritu venezolano, sino que ha sido un elemento nuevo que nos pone a jugar en favor de intereses ajenos a los de la gente.
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